2014/10/30

ESOS MUROS DE LA INDIGNIDAD

Cuantas veces en la Historia los hombres han querido formalizar las barreras sociales  a través de un muro con que aislarse de los diferentes. Los encontramos desde los tiempos del imperio romano, cuando se construyó un muro en la isla de la actual Gran Bretaña, para separar el mundo "civilizado" del territorio bárbaro; los encontramos a lo largo del mundo, en la muralla China; y los encontramos sobre todo en nuestra historia reciente en el Berlín dividido, entre Israel y Palestina, en la frontera estadounidense con México y en las vallas de Melilla.

Aún nos sorprende la ingenuidad y la contundencia del recurso para marcar fronteras, para segregar pueblos; parece un sistema burdo para resolver de forma demasiado simple los problemas más complejos de nuestras sociedades.

El límite es un concepto que la arquitectura aborda una y otra vez desde su origen. Un problema irresoluble desde el punto de vista plástico, que se presta a todas las reflexiones imaginables. El tratamiento del borde es el tema central de infinidad de proyectos brillantes en el arte y en el urbanismo. Las relaciones del límite con lo que limita, del ecotono con su matriz ambiental, de la linea sobre el plano, son discursos eternamente actuales.

Y es que sabemos que en realidad el borde forma parte de lo que separa. Y así ocurre con los muros de la indignidad, esos que crean los estados para apartar a los "otros", construyendo al fin una imagen fiel de lo que ellos mismos representan. Sociedades encerradas, temerosas, feas en las formas y duras, muy duras, en el fondo.

¿Cuántos muros más levantaremos? ¿Cuántos veremos caer? ¿Cuántos ayudaremos a derribar?

Valla de Melilla. Fuente: eldiario.es