2015/06/05

CANTABRIA, TERRITORIO SLOW: SOSTENIBILIDAD Y TRADICIÓN


Vivir lentamente como respuesta al ritmo acelerado del mundo contemporáneo, parece una gran solución a casi todos los problemas que enfrentamos en la ciudad actual.

Este discurso surgió en Italia en los años ochenta, ligado en principio al movimiento Slow Food, de la mano del sociólogo especializado en gastronomía Carlo Petrini.  Se trataba inicialmente de reivindicar la gastronomía tradicional como un valor identitario, si bien esta idea se ha ido diversificando y hoy encontramos también muchas referencias al Slow School, Slow Travel, Slow Money e incluso al Slow Sex. Una escuela en que las clases terminan cuando se ha comprendido la lección, viajes sin organización cuartelaria, consumo sensato y el Tantra como referente en las relaciones sexuales. En definitiva prescindir de horarios y prisas en nuestra vida cotidiana.

Indudablemente es un ideario atractivo, en el que prima la sostenibilidad  ambiental y se pone en valor la sensorialidad y la emocionalidad del  individuo, frente al ritmo desenfrenado y la competitividad voraz que acosa nuestras carreras profesionales, tan globales y complejas que a veces las confundimos con nuestras  vidas.

El movimiento Slow tiene un poderoso componente personal; esto es, se hace presente al individuo mediante las elecciones que éste toma de forma cotidiana. Se reivindica el derecho al ritmo y tiempos  propios, a conocer el origen y proceso de lo que comemos, a poner en valor la identidad local… es casi una declaración de principios vitales. Además enlaza directamente con directrices ecológicas de primer orden, como la consideración del consumo sostenible, la permacultura, el reciclaje y la protección ambiental.

Sin embargo, el discurso también puede leerse como un intento de recuperar la vida pausada de nuestros abuelos, la comida y los oficios tradicionales, un paisaje que se sustentaba mediante un modelo económico eminentemente  agrario que ya no existe. Esta recuperación forzada puede llevar a generar falsos escenarios de la lentitud, que solo resolverán algunos intereses económicos relacionados con el turismo. Esto parece que ya es una realidad en algunas de las ciudades pioneras del movimiento Slow, cuyas páginas web solo se refieren en términos turísticos o gastronómicos a su certificado como Cittaslow.

En el contexto de España existe una pequeña red de seis ciudades Slow, que se han asociado bajo unos estatutos comunes y en el marco de la Agenda 21. Esto pone de relieve la segunda intención del movimiento Slowcity, generar una red de ciudades nacional e internacional, entre las que se producen hermanamientos y se comparten programas y proyectos. Las condiciones generales para poder formar parte de red, además de no superar los 50.000 habitantes,  son las siguientes:

“- se lleva a cabo una política medioambiental que tiende a mantener y desarrollar las características del territorio y del tejido urbano, valorizando en primer lugar las técnicas de la recuperación y del reciclado.
- se desarrolla una política de infraestructuras encaminada a la valorización del territorio y no a su ocupación.
- se promueve un uso de las tecnologías orientado a mejorar la calidad del medio ambiente del tejido urbano.
- se incentiva la producción y el uso de productos de alimentación obtenidos con técnicas naturales y compatibles con el medio ambiente, con exclusión de productos transgénicos, estableciendo, donde sea necesario, producciones protegidas destinadas a la salvaguardia y el desarrollo de las producciones típicas en dificultad.
- se protegen las producciones autóctonas con raíces en la cultura y en las tradiciones y que contribuyen a la tipificación del territorio, manteniendo los lugares y los modos y proporcionando ocasiones y espacios privilegiados para el contacto directo entre consumidores y productores de calidad.
- se promueve la calidad de la hospitalidad como momento de verdadera vinculación con la comunidad y con sus especificidades, eliminando los obstáculos físicos y culturales que puedan perjudicar la utilización plena y amplia de los recursos de la ciudad.
- se promueve entre todos los ciudadanos, y no sólo entre los operadores, la conciencia de vivir en una Cittaslow, con una atención particular al mundo de los jóvenes y de escuela, a través de la introducción sistemática de la educación del gusto.”

Los requisitos específicos que se determinan en los Estatutos tienen que ver con implantar sistemas de depuración de agua y eficiencia energética, evitar contaminantes en las actividades, proteger el paisaje y el patrimonio, desarrollar actividades formativas y favorecer los sectores productivos tradicionales y el pequeño comercio.

 Parece inmediato aplicar los requisitos a una región como Cantabria, de 102 municipios en la que solo dos superan los 50.000 habitantes y diez superan los 10.000. Existe un alto nivel de calidad ambiental y paisajística, extensos programas educativos regionales que tienen que ver con la protección del patrimonio natural… y el estilo de vida ya es bastante “slow”.


Podría generarse fácilmente y de manera inmediata una red de más de 50 municipios Slow, que además son vecinos entre sí.  Quizá podríamos dar un paso más y  hablar de “Cantabria Territorio Slow”. En realidad, buena parte de  los municipios asturianos cumplen las mismas condiciones…¿Será que el certificado Cittaslow no es más que una marca de promoción turística? ¿En qué se diferencian las Slow Cities de sus ciudades vecinas? ¿Es el movimiento Cittaslow una simple reivindicación de lo rural frente a lo urbano? 

Sin embargo hay un cambio real que pone en valor de forma cotidiana el ideario slow... cuando indagar  el origen de lo que compramos es cada vez más frecuente; cuando las energías limpias son una clara necesidad para muchos,  y el consumo local está en pleno auge, parece fácil imaginar que la era Slow ha comenzado… o quizá nunca se fue. 


2015/01/20

DE CUPCAKES, HIPSTERS Y OTRAS SIMPLEZAS

Vivimos un tiempo de cambio, una transición social y cultural que lleva cociéndose durante dos décadas de desaciertos políticos, éticos y estéticos. Parece que al fin estamos a punto de atravesar un momento importante, muchos hablan de revolución y de cambio de paradigma. La edad del talento ya está aquí, es hora de generar una realidad distinta. 

Somos una generación hiperformada, muy viajada, libres de los miedos que acosaron a nuestros padres y abuelos. Una generación de creativos con todos los medios a nuestra disposición, técnicos y tecnológicos. Capaces. 

Sin embargo, el resultado al menos en lo plástico no es lo brillante que se esperaría; quizá la ausencia de transgresión nos está pasando una factura desorbitada...
Trabajamos invadidos por la estética de lo ñoño, estusiastas de esos locales color pastel que venden cupcakes, ipads, y cupcakes con forma de ipad, abrumados por estándares y etiquetas, del hipster al normcore... (un día de estos el Revival alcanzará el presente y ya vereis qué susto cuando haya que vestirse de nosotros mismos). Es inquietante la obsesión de cada cosa en su lugar; parecemos incapaces de soltar las composiciones a estilo, encantados con  esos interiorismos de la señorita Pepis, más propios de un prerrafaelista que de un arquitecto del siglo XXI. Permanecemos absortos en proyectos tan faltos de realidad que apetece editarlos en Instagram y ponerles un filtro sunset.

Y del otro lado el urbanismo táctico, los desahucios, la emigración, la calle..la brecha social tiene su reflejo en la profesión...y siguen pasando los años sin que consigamos abordar el poblema de la arquitectura no formal de manera solvente.

 Fuente: yoroboku.es