Desde un punto de vista estratégico hay que reconocer dos tipos de espacios producto de la burbuja inmobiliaria. Por una parte, aquellos espacios de demanda 0 que deben ser directamente devueltos a la naturaleza mediante su demolición, entendiendo ésta como una herramienta activa del urbanismo próximo.
Por otra parte, los espacios de demanda relativa, esto es, pseudonúcleos residenciales fútiles que pueden ser integrados en el nuevo modelo y que generan en su relación con los centros urbanos preexistentes, grandes espacios intermedios que redefinirán el ámbito y la escala de las nuevas actuaciones.
La demanda energética, insatisfecha en un medio plazo, conllevará el acercamiento de los medios productivos a los núcleos urbanos, lo que supone la hibridación del paisaje en los intersticios de la metrópolis. Los nuevos límites incluyen un paisaje humanizado que densifica física y conceptualmente los espacios intermedios para dotar de significado a las áreas residenciales obsoletas.
Los espacios intermedios entre núcleos en principio disfuncionales, se traducen en un paisaje neoagrario que tiene que ver con el consumo sostenible y la revalorización de lo local.
La escala del paisaje irrumpe en la ciudad no sólo en su dimensión espacial, sino que el ámbito de actuación debe redefinirse también en su carácter temporal. Los horizontes de la planificación deben acompasarse con los ritmos naturales, el fondo escénico esencial de la actividad humana.
La ingenuidad de los plazos electorales como marco temporal para generar cambios de dimensiones y consecuencias seculares, evidencian la necesidad de acuerdos más allá de la arbitrariedad política del momento.
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